Mies vailla menneisyyttä (Dir. Aki Kaurismäki) La idea del vendaje a mí no me hace pensar en seres momias o en Egipto, yo con ellas veo la salida más clara para encontrar la paz física y mental. El hombre sin pasado me enseñó a que por nada del mundo debo quedarme dormido en las bancas de los parques o echado en la vereda, podría ser mortal; alguien, algún desalmado, quizá venga y me despierte de un combo de martillo en el pecho. A medida que sigues el film y vas sintiéndote más mendigo, como un abandonado sin dinero que no recuerda ni de dónde viene ni cómo se llama, dejas de andar atando cabos y empiezas a relajarte para intentar comprender de qué se trata todo este rollo. La posibilidad de que exista pueblo alguno en el que todos sus habitantes estén muertos me hizo cegarme de luz rulfiana. No hay forma de saber a ciencia cierta si la realidad del film es así o no; desde que un hombre magullado muere en una clínica y después de que su pulso empieza a sonar en línea recta, se levanta como si nada, sabemos que nos paramos frente a un objeto bizarro y puesto de cabeza. Por un momento pensé que M (Markku Peltola) había obtenido el poder de curación por medio de sus manos; me equivoqué, M solo se había convertido en alguien real, en alguien con ganas de prosperar, enamorarse, sacar a relucir sus talentos. La máscara de soldar en la cara, la maleta sin nada adentro cae en sus vértebras ¿La memoria que se pierde se vuelve a recobrar con la ayuda de un golpe fuerte en la cabeza?
lunes, 7 de enero de 2008
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